Creepy-crawly: El bicho puede agrietar la estructura,
Por Paco Gómez Nadal
Sylvia Rivera descubrió a lo largo de su vida de nadie que es en comunidad como se avanza, como se está protegido, como se operan cambios. Su voz es reconocible porque, junto a Marsha P. Johnson inició la revuelta de Stonewall en 1969, su siembra es reconocible por la apuesta por lo comunitario. Eso fue STAR (Acción de Travestis Callejeras Revolucionarias), la casa donde personas transgénero se cuidaban y se organizaban para ese otro descubrimiento que hizo Sylvia tras Stonewall: la revolución. Rivera hoy sería definida como queer, incluso como queer de color. Desde STAR luchó contra lo heteronormativo, pero también contra lo homonormativo. Parafraseando a otra neoyorkina queer, la poeta afroamericana Audre Lorde, Sylvia Rivera sabía que “no se puede derribar la casa del maestro con las herramientas del maestro”, y eso significa que no hay revolución cuando sólo se pide la asimilación, la reforma cosmética, los derechos de “integración” que siempre son determinados por alguien [que se considera] jerárquicamente superior. O revolución o nada.
Por eso, cuando antes de apagar las luces, antes de mover un músculo, antes de que suene música o se rompan moldes, es la voz de Sylvia la que suena en un Café de las Artes con el público posible en una tarde imposible de pandemia, aislamiento y tremor, la declaración de intenciones está hecha. O revolución o nada. La compañía navarra Led Silhouette baila para deshacer con la danza el nudo que atrapa a la masculinidad normativa.
¿Demasiado denso? Pues es que la revolución es contra las estructuras o no lo es. Lo otro es reformismo con “herramientas del maestro”. La espuma del patriarcado se sopla con facilidad: un par de manifestaciones, un poco más de trabajo masculino en casa, fuera chistes machistas y nada de violencia visibles… Lo que se puede ver en escena con Led Silhouette, en Creepy-crawly, la pieza creada por Jon López y Martxel Rodriguez, es una apuesta arriesgada para bailar el momento histórico que nos ha tocado en tres dimensiones: la del discurso [profundo, valiente y no sobrecargado], la de la danza [porque la danza contemporánea… ¡es danza! Y da gusto ver bailar], la del espacio sonoro [con un montaje inteligente y potente que reta a la mala costumbre de pegar piezas musicales porque ‘funcionan’].
Si me tocara poner un adjetivo a Creepy-crawly diría que es un espectáculo queer. Desde la elección del título [podríamos traducirlo por bicho… incluso por bicho asqueroso] hasta las intersecciones en las que se mueven Martxel Rodriguez, Edoardo Ramirez, Marcos Martincano, los tres danzantes que destilan sutileza y limpieza en los trazos, aunque haya algo de frialdad en sus encuentros en escena. No hay resoluciones contundentes, no se trata de una oda antipatriarcal ni de un manifiesto LGTBI, sino que se mueve en ese espacio de fractura en el que se sienten cómodas la teoría y las prácticas queer menos normativas. La pieza pone en cuestión, claramente, los modelos de masculinidad impuestos en el patriarcado [esos que, a su vez, fijan una Otra mujer para poder ejercer la masculinidad despótica precisa para su funcionamiento], pero no parece querer apuntar a cuáles son los modelos alternos.
Los danzantes se van desprendiendo y confrontando a esa masculinidad hiriente para cualquier hombre con algo en el cerebro [y en el alma] y se juegan la desidentificación con esa masculinidad en lo colectivo [no en lo individual]. -24 horas antes, en el mismo espacio escénico, lo contrario acontecía: un hombre sólo indagando de manera enfermiza sobre sí mismo, algo tan normativo como la individualidad impuesta-. La compañía nos regala casi una hora de danza contemporánea que, si bien no es rompedora, es funcional al propósito de Led Silhouette, pero, más allá de la danza, el trabajo imbricado de la coreografía, el espacio sonoro y la iluminación [sobria y al servicio del espectáculo] es lo que hace de Creepy-crawly una muy buena propuesta que nos invita a habitar en la revolución libertaria de Sylvia Rivera, esa que no busca la aceptación del sistema [que la policía no te torture es un primer paso, claro está] sino la subversión del mismo. Cuando las artes escénicas ponen tan buen hacer al servicio de la duda sin sermonear a las espectadoras… el frío no puede congelar la alegría del pobre croniqueador. Es como si el pequeño bichillo que siembra Creepy-crawly desde el escenario tuviera la capacidad de agrandar la grieta que entre todos debemos horadar en la estructura de la masculinidad heteropatriarcal normativa [siento tanto palabro para aquellas que no creen que el lenguaje es una forma de bailar en contra de lo ‘naturalizado’ por el sistema]