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Las Metáforas

Por Paco Gómez Nadal

A veces pienso que la iluminación es en el escenario lo que el sistema o la rebeldía (ambivalencia vital) es en la realidad. Una guía inexorable que no nos deja salirnos del haz diseñado previamente o la constatación de que tenemos el potencial de romper el carril por el que nuestro rostro debe verse, en el que nuestra mano se deja caer, allá donde la pistola, el sombrero o el abrazo dejan de ocupan su lugar.

Otras veces, creo que la iluminación en el escenario es la iluminación en el escenario. Es decir, controles al servicio del descontrol, regletas que suben cuando las reglas no son funcionales, humo para ocultar lo que no nos atrevemos a ser. Maldita metáfora.

Todo, o casi todo, es metáfora, mero juego armado con los retazos de nuestra imaginación. Pero toda metáfora, la de la luz, la del silencio, la del metarrelato de un diálogo o la de los instrumentos que se encuentran, es, por naturaleza, vulgar realidad convertida en arte. Por tanto, belleza.

Eso ocurre en Weapon. La nueva producción de la compañía del Café de las Artes aborda uno de los debates más intensos de las últimas décadas, siglos, si me apuran. Es cierto que Baudelaire ya hablaba del flâneur y poetizaba una relación estética del paseante con la multitud. Del mendigo poético dueño de París descrito y ensalzado positivamente por el poeta francés, el siempre citado Walter Benjamin pasó a describir el flâneur como el moderno ciudadano de la urbe capitalista destinado a desaparecer con el nacimiento del centro comercial. Finalmente, Bauman lo convirtió en un ser que vaga en lugares no lugares donde es incapaz de relacionarse con la multitud. Es el paseante que no permea y no se puede dejar permear. Somos, al fin, nosotras.

Lo somos porque ya no hay multitud. La ciudad moderna ha hurtado la posibilidad de una multitud relacional y los tres personajes de Weapon son esas individualidades que vagan para nunca encontrarse, presas de un vacío que apenas pueden gestionar, encasilladas en unos roles arquetípicos en los que cuesta amoldarse a pesar del trazo grueso de sus rasgos. La magia de nuestro tiempo es que siempre nos pensamos diferentes a esos personajes porque la ficción de la individualidad, de la propiedad del mi-mismo, se construye siempre en contraposición con el otro. Ya se sabe: nuestro perfil en redes sociales (nuestro auténtico yo actual) es único.

Weapon bebe del mimo y del absurdo, tiene trazas de cabaret y se asoma al diálogo del absurdo (siempre tan racional), pero es una obra profundamente heredera de la modernidad porque no hay en ella margen para la deriva o para el juego canalla que apele a Dadá o para la ruptura de los moldes sociales pre-dispuestos.

La obra quiere hablar más de soledad que de individualidad, indaga en la violencia con el violento llamado a la incomunicación, construye un discurso que cuando se acerca a la posibilidad de ruptura se confiesa atrapado en los roles predispuestos. “La felicidad es el olvido”, dice la única mujer en escena. La misma que reclama una noche de descanso. Sólo una noche de sueño: una rendición de los sentidos para permitir que al desconectar la felicidad asome como posibilidad.

Este es nuestro tiempo. Desconexión. Y, recurriendo a un clásico de la dramaturgia, el personaje que roza la locura es el que quizá nos pueda salvar, sólo nos salva el nada que perder de la mendicidad pre-moderna. Weapon no echa la vista atrás, se queda anclado a la violencia producida por la pulsión del deseo que tiene el paseante de Bauman, que no deja de ser la pulsión de muerte de Freud, esa que nos autodestruye al tiempo que nos vuelve agresivos; pero es una categoría inseparable de la pulsión de vida, del Eros que flota todo el tiempo en Weapon encaramado en el humo con el que la hermosa iluminación de la propuesta aísla a los tres seres que, quizá, sólo quizá, seamos algunos de nosotros.

No destriparé las sorpresas, los tres bloques tan autónomos como relacionados, los perfiles que se abren ante el espectador. Vayan al teatro porque, lo aprenderán en Weapon, no es la pistola la que mata, es la soledad. Conéctense con la multitud, renuncien por 60 minutos a la suicida individualidad.