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Reflexiones tras la Conferencia Internacional sobre Participación y Políticas Culturales en Montpellier, 21-23 de mayo de 2019.  Marta Romero

Del 21 al 23 de mayo el equipo del Café de las Artes estuvo participando en una conferencia internacional sobre políticas públicas culturales y participación ciudadana. Bajo el título ‘Cultural Policies in Europe: A participation turn? (‘Políticas culturales en Europa: ¿el turno de la participación?), se organizaron una serie de mesas redondas y ponencias con representantes de instituciones, agencias, organizaciones, asociaciones y universidades. La Universidad de Montpellier fue la encargada de organizar la conferencia en el marco del programa europeo Be SpectACTive! que reúne a 19 miembros de 15 países distintos, entre ellos el Café de las Artes, y que tiene como fin aprender, investigar y compartir buenas prácticas en torno a la activación de espectadores y creación de nuevos públicos, la gestión del conocimiento y la reflexión conjunta y la involucración de la comunidad en los procesos artísticos.

La participación, como tantos otros términos que se usan de forma reiterada en discursos políticos o documentos institucionales, periodísticos o académicos, ha comenzando a perder su significado o a significar muchas cosas distintas dependiendo del interlocutor. Corremos el riesgo de que la participación se vuelva un término ‘cajón de sastre’ que designe procesos o acciones que nada tienen que ver con la participación, apropiación y democratización de la cultura reales.

Además, en las últimas décadas se ha impuesto, en cierta manera, el hábito de llevar a cabo ‘procesos participativos’ asemejándolos a ‘procesos de consulta pública’ en los que se conoce la opinión de los ciudadanos pero no implica ninguna transformación más profunda en el proceso de toma de decisión, en la construcción de las relaciones entre ciudadanía y gobierno o el diseño y ejecución de políticas públicas culturales. Podría decirse que la participación se ha instrumentalizado en muchos casos para legitimar procesos y representantes políticos.

Por estas razones es importante definir el concepto de participación cultural y analizar experiencias europeas para aprender de prácticas exitosas. Para ello es esencial analizar qué se comparte en la participación, cómo se comparte, a qué nivel, con quién, por qué, etc. En los datos preliminares de un análisis reciente llevado a cabo por las Universidades de Barcelona y Montpellier, en 21 países europeos distintos, se llega a la conclusión de que, en la mayoría de los casos, cuando se habla de participación en la cultura se entiende por ‘participación clásica’, esto es, asistir a un espectáculo. Algo que está muy lejos de la participación real en la programación y la toma de decisión, el diálogo con los artistas e instituciones responsables, la identificación conjunta de proyectos, etc. Vivimos en una sociedad en la que se da la paradoja de que los edificios públicos excluyen al público. El presupuesto público de cultura, fruto de los impuestos de la ciudadanía, debería también ser una herramienta de redistribución social y económica.

En cualquier caso, como afirmaba, Estelle Zhong, “es imposible separar la política de las artes, cuando hablamos de participación”. La investigadora considera que por ello es más correcto hablar de ‘participaciones’ ya que hay muchos tipos de participación. Para promover la participación ciudadana es necesario empoderar a la población y dejar que sea ella la que identifique el problema y las posibles soluciones. La cultura y las artes pueden desempeñar un papel crucial en esto mostrando públicamente situaciones y problemas y activando a los ciudadanos a emprender acciones. El objetivo es que las obras de arte no sean sólo metáforas sino que provoquen experiencias y motiven al espectador a la acción.

Sin embargo, el enfoque neoliberal promueve el uso de las artes y la cultura para el disfrute y diversión, restringiendo la cultura al simple hecho del ‘gusto’ por una cosa o por otra, distrayendo al ciudadano de lo importante y ponderando una visión occidental etnocentrista. La participación de la comunidad en las artes es una herramienta eficaz para contrarrestar esa tendencia y vincular la cultura a valores sociales, cívicos y democráticos, para visibilizar otras narrativas, para crear cohesión social, para hacer visible realidades invisibles, para dar significado a intervenciones artísticas, para fomentar el diálogo y la interacción, para hacer política y activismo. Los mediadores culturales, por lo tanto, conocedores del contexto y capaces de equilibrar intereses y poderes, son esenciales para que puedan darse estos procesos.

Pero ¿cómo llevar a cabo la participación de forma real e inclusiva? ¿cómo asegurar la diversidad? ¿dónde reside el poder? ¿qué entendemos por derechos culturales? ¿cómo activar a los espectadores? ¿qué capacidades deben tener los mediadores culturales? ¿es la participación una forma de esconder la falta de democracia real o realmente se están creando de forma gradual pequeños espacios de democratización de la cultura?

Muchas preguntas sin respuesta después de estos días. En cualquier caso, los debates y las exposiciones nos animan a seguir explorando esta dimensión en nuestro trabajo diario, a cuestionarnos el por qué y el cómo de las actividades que llevamos a cabo, y a seguir intentando poner mayor consciencia en todo lo que hacemos ya que es una responsabilidad colectiva.