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Por Paco Gómez Nadal

Ojalá tuviéramos tantas opciones para atesorar como portadas el nuevo disco de Spanish Peasant; ojalá una sonrisa en la boca, un buen colectivo engrasado, unos finales tan potentes y unos inicios tan esperanzadores como los que esta banda nos regala cuando convoca a su oasis musical; ojalá se siga cantando así en tiempos oscuros para que la niebla de caspa totalitaria se convierta en ceniza…

Ojalá todo eso fuera así, o al menos, sonara como la banda sonora que en la noche del sábado 6 de abril impregnó de luz transparente la caja negra de El Café de las Artes, aunque el pesimismo realista de mi mochila haga difícil salir de la trampa del futuro condicional para imaginar un presente perfecto tan imperfecto como la rugosidad del abrazo compartido.

Lo que sí es seguro es que mientras bandas como Spanish Peasant sigan compartiendo lo que atesoran en esta periferia de la industria musical de un país donde es tan raro ser campesino como lo es disfrutar con lo que se hace, mientras eso ocurra, tendremos una oportunidad de ser futuro próximo, presente en potencia, pluralidad conviviente…

Spanish Peasant ha elegido el Café de las Artes para lanzar su cuarto disco y la elección no parece casualidad. Se les sentía en casa. Quizá por eso Nico Rodríguez pudo tocar mostrando calcetines o Javi Lost bromeaba como quien, en el salón de su casa, se permite ser quien es más allá de las máscaras del tiempo pretérito.

El divertimento en retaguardia de Santi Buil, el bajo eléctrico compartido que utilizaba como pivote a David Estébanez, la sonrisa limpia de Gema Martínez… Esta banda es tan compacta como todo aquello compuesto de diversidad… no hace falta ser iguales para ser comunidad, sólo hace falta mirar-pensar al otro, a la otra, para acompasar el ritmo, para transmitir una energía colectiva que es –siempre- mucho más poderosa que la energía individual.

El nuevo trabajo abandona el idioma ajeno para decir lo que hay que decir. Es una especie de desnudo público para que se vea lo que sólo las tripas del idioma propio pueden evidenciar. Quizá no querían que la pereza traductora dejara en los pliegues del entendimiento letras como la de “Ley de la gravedad”, “El traje nuevo del emperador” o “La balada del silencio”. Es como si Spanish Peasant fuera otro Spanish Peasant: la misma música bebida de la ribera de algún río estadounidense tamizada por ese rock que nos regala energía sin tacañería pero con unas letras donde los ojos abiertos a la realidad se han impuesto al espejo volteado hacia el adentro.

Decía Gema Martínez antes de susurrar “La balada del silencio” que “una no se compromete cantando canciones”, que el compromiso es otra cosa. No era momento, en pleno subidón musical, de llevar la contraria a la vocalista, pero está completamente equivocada. El compromiso con la vida y con tu tiempo se pone en juego en cada uno de los instantes de esa vida. Militar en las trincheras fangosas del activismo es una de sus traducciones, pero cuando dejas que el compromiso de pensar y de decir lo impregne todo, incluso la música que te ha servido de refugio ante la realidad, estás entregando un tesoro para que otros se lucren emocional y políticamente de una energía poderosa y transformadora.

Spanish Peasant son como El Café de las Artes: una de esas periferias necesarias, profesionales y delicadas que habitan la periferia –geográfica, política, artística, emocional- para hacerla vivible. El maridaje de ambas proles con su público deja un eco en García Morato, 4 con vocación de raíz del porvenir.