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Por Marcos Díez Manrique

A veces es mejor no saber qué va uno a ver al teatro. Las expectativas, casi siempre, nublan la visión, la condicionan, la llenan de prejuicios. Entrar a un espectáculo ignorándolo todo tiene la ventaja, al menos, de enfrentarse a lo que se tiene delante de los ojos con la mirada más o menos limpia. Así, desconociéndolo todo, entré yo al Café de las Artes hace unos días. Confieso que tengo que buscar en Internet el nombre de la compañía porque no soy capaz de recordarlo, tampoco sé cómo se llamaba el espectáculo y eso que la mánager me entregó un folleto cuando la felicité al terminar. Hecha la búsqueda, informo: el espectáculo se llamaba ‘Bubble’ y la compañía, formada por Ginés Belchí Gabarrón y Jesús Navarro Espinosa, ‘El lado oscuro de las flores’.

‘El lado oscuro de las flores’ hubiese sido un gran nombre para este espectáculo lleno de ternura y violencia. ‘Bubble’, pienso, no está a la altura de una representación de la que solo diré cosas buenas.  Podría decir que la representación habla de la lucha de una persona consigo misma, o de una persona con otra persona distinta. Tampoco hay mucha diferencia, porque dentro de uno hay siempre un extraño y porque en los otros suele haber cosas oscuras que reconocemos de nosotros y con las que nos peleamos. Al comienzo del espectáculo uno de los artistas carga con el peso muerto de su compañero. La oscuridad pesa y el que soportaba el peso lo hacía con delicadeza al principio; más tarde, con desesperación; al final, con violencia; con ternura, de nuevo, cuando los cuerpos se rindieron extenuados después de una pelea en la que, así son las contradicciones de la vida, también hubo abrazos y caricias.

La compañía dice que la pieza combina acrobacia, danza y teatro físico. Yo solo puedo decir que dos cuerpos se movían y que al hacerlo pronunciaban cosas en un idioma distinto, cosas que no se pueden decir con palabras. Cuando me preguntaron qué me había parecido el espectáculo no pude decir mucho porque mi sensación principal es que lo que habían dicho los dos artistas sobre el escenario era simplemente intraducible. Aquello que se puede decir en un manifiesto o en un cuento o en un discurso o en un artículo de un periódico, no tiene sentido decirlo en un poema. El poema debe decir solo aquello que solo por medio del poema puede ser dicho. ‘Bubble’ me fascinó precisamente por eso, porque todo lo que decían solo se podía decir a través de los movimientos precisos, delicados y violentos de dos cuerpos que no dejaron de moverse durante una hora en la que todos los minutos fueron necesarios.